De cuando en cuando nos encontramos con conocidos de origen humilde
que, una vez encumbrados, pretenden descender de un linaje de rancio
abolengo, o al menos ocultan su humilde cuna.
Se cuenta la
historia de un labriego de un pueblo andaluz al que compraron un ciruelo
para tallar en su madera la efigie de un San Pedro para la iglesia del
lugar. Finalizada la talla y bendecida la imagen, el labriego fue a
contemplarla. Conociendo su humilde origen y encontrándola muy
engalanada, el labrador se encaró a la imagen y dijo:
"Glorioso San Pedro,
yo te conocí ciruelo
y de tu fruto comí;
los milagros que tú hagas,
que me los cuelguen a mí"
De ahí la frase: "Quién te conoció ciruelo..."
ÁNIMO
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